Japón tiene un color especial, te lo digo en serio. Desde que Google Chrome incorporó la opción de traducción automática en sus páginas, frecuento el país nipón a menudo, digitalmente hablando. Mi amor por al arte japonés nació en el cine con películas como Los Siete Samurais, Cuentos de la Luna Pálida de Agosto, El rostro Ajeno y tanta otras – de cuyo nombre no puedo acordarme – y creció con la literatura de y con la música de Jun Miyake.
La admiración se extiende hoy al diseño gráfico. Daigo Daikoku es un artista al que he conocido gracias al placer de la serendipia en Pinterest y del que me declaro admiradora.
Se trata de un diseñador gráfico de profesión cuya obsesión creativa es la clarificación del concepto y el desarrollo del propósito. Según sus propias palabras “la misión del diseñador es fijar el aire y el agua, elevar la imaginación de la gente“.
Os dejo con la obra de este amante de la .
Hay algo que se intuye pero que no se ve en el arte y la cultura de Japón. No es tan sólo una cuestión estética, también espiritual y física. El mundo se percibe con una sensibilidad que nada tiene que ver con occidente. Los matices, el ritmo y los puntos focales reflejan un modo de sentir y estar… diferente.
Kokoro es para algunos corazón, para otros mente. Una palabra cuyo significado se escapa entre los dedos si tratamos de pensarlo pero que arraiga y abre los ojos si se siente a través del cuerpo.
“La belleza está en los ojos del que mira como en la estética japonesa, unión de arte, filosofía y espacios vacíos”, Okakura Kakuzo, El libro del té
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