Por favor, no se limiten a ver este vídeo, que ya lo habrán visto en televisión. Vayan a la página de YouTube que lo aloja y lean los comentarios, porque van precisamente en la línea de lo que yo quería comentar y me alegra no ser la única que lo piensa cada vez que ve este anuncio.
Digo yo: ¿qué pasa en los anuncios? ¿La vida real se para? Porque hay verdades universales, del tipo de “los niños son crueles” y sus derivadas “si llevas aparato con quince años, estás jodido”, que este anuncio se salta a la ligera.
¿Qué le pasa a esa madre? ¿Qué clase de inconsciente es que lanza a su hijo al foso de los leones? No te preocupes, vete a Carla y enséñale bien claro el aparato, con un poco de suerte tendrás comida pegada porque te lo acaban de poner y todavía no sabes limpiártelo.
Si esto en lugar de un anuncio fuera la vida real, Carla sería la típica adolescente perfecta (si no, no sería el centro de la fiesta) en cuyo cerebro diminuto no cabe que haya personas que necesiten aparato, corsé, etc. Y desde luego, a estos chicos les quedan muchos años para valorar la espontaneidad y la capacidad de no avergonzarse de las cosas que deberían ser normales pero que en plena preadolescencia no lo son, ni de lejos. Sí, es probable que si estuvieran en la universidad la tal Carla no se vea, ella también, sometida a la presión social de “si estás con los pringados, ya no estás con nosotros”; pero, desde luego, tal y como están las cosas, uno piensa automáticamente en que el pobre chico bajará del coche, entrará en la fiesta, hará el ridículo más portentoso y pasará al menos unas cuantas semanas sin hablar con su madre (ni con nadie, aunque eso es menos una cuestión de decisiones suyas).
Pero no se preocupen. Esto es un anuncio. Y en los anuncios, las leyes inmutables no están presentes.
En mi próxima reencarnación, quiero ser personaje de anuncio y que no me duela la conciencia si mando a mi hijo a arruinar su vida social impunemente con una frasecita que me parecía que sonaba bien.
Suerte, chico. Que la “fieshta” no sea tu fin.