Adam Niklewicz es un polaco exiliado en Estados Unidos cuya obra deja patente su angustiosa -y romántica- sensación de desarraigo. A veces pasa: las personas no llegan a adaptarse por completo a su país de acogida y los recuerdos pintan el pasado de una luz especial. Una luz que quizá nunca tuvo, pero que marcará en adelante la vida del que se marchó.
En su trabajo, Niklewicz idealiza aquello que ya no existe y recrea de forma obsesiva vivencias anteriores de su país natal, ausencias del que se siente fuera de lugar en cualquier sitio, sea cuál sea, salvo en su “palacio interior”.
Cada una de sus obras tiene un toque de extrañeza, de desequilibrio formal con independencia de la técnica o material que utilice para darle forma. Su obsesión por un pasado, imposible de revivir hace que todo se tiña de decepción. Sólo espera un presente descolorido que, aún así, no puede evitar que nos parezca lírico y musical.
En la absurda nostalgia que tiñe las imágenes de un frío húmedo, se transparenta la conciencia de ser humano y su visión romántica de la existencia. Aunque le pese.
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Fuente: y mi compañera Donia, coautora de este post.